Llegó a tener el cuarto ejército más numeroso del mundo. Se le temía en medio oriente y aunque por algunos años fue un aliado incómodo de occidente, luego de la caída del muro de Berlín, se convirtió en el “villano favorito” de Estados Unidos al término de la Guerra Fría. Es Saddam Hussein.
Como lo vimos en nuestra entrada anterior, la revolución del 17 de julio de 1968 condujo a la creación de un nuevo gobierno en Iraq. Éste, fue liderado por el partido Árabe Socialista Ba’ath, pero se apoyó en sectores de la inteligencia militar y la Guardia Republicana, Abd ar-Razzaq an-Naif y Ibrahim Daud, respectivamente.
Sin embargo, aunque a ambos se les dio altos cargos en el nuevo gobierno, el jefe de la revolución Ahmed Hassan al-Bakr, dijo a las altas esferas de su partido Ba’ath, que Naif y Daud serían “liquidados durante o después de la revolución”.
Al-Bakr tuvo mano sobre sus adversarios, siendo más hábil que ellos. Una de sus primeras decisiones en el poder, fue nombrar 100 nuevos oficiales en la Guardia Republicana. Mientras tanto, se apoyó en Saddam Hussein para crear una infraestructura de inteligencia militar y de seguridad dentro del partido Ba’ath.
Saddam Hussein logró exiliar a Naif y a Daud, ordenando sus muertes algunos años después.
El gobierno de Al-Bakr y la subida de Saddam al poder
Durante su gobierno, Ahmed Hassan al-Bakr se apoyó enormemente en el aparato de inteligencia creado por Saddam Hussein. Su gobierno se caracterizó por la supresión de la oposición, en especial del Partido Comunista de Iraq.
Durante la década de los años 70, hubo por lo menos dos intentos de golpes de Estado orquestados por militares. Ambas asonadas fueron descubiertas y derrotadas, afianzándose el partido Ba’ath en el poder.
Sin embargo, desde mediados de los años 70 Saddam Hussein se convirtió en el líder de facto del gobierno, aun cuando al-Bakr seguía siendo presidente. Antes de ungirse como presidente, Saddam se dedicó a purgar a su partido de elementos no leales a su persona.
El padre de la nación Iraquí
Una vez que asumió la presidencia de su país, Saddam Hussein comenzó una campaña para crear un culto a la personalidad, forjándole una identidad como “padre de la nación Iraquí”, y por extensión, de todos los iraquíes.
No obstante, sectores shiítas de la población iraquí veían con interés los acontecimientos que sucedían en su vecino Irán, donde los islamistas radicales tomaron el poder bajo el estandarte del Ayatolá Ruhollah Jomeiní.
Aprovechando que el culto a Saddam logró aglutinar a amplios sectores de la sociedad, éste decidió lanzarse en una guerra contra Irán, para tratar de recuperar la región al oriente del río Shatt al-Arab, que constituye la frontera entre las dos naciones.
La guerra Irán-Iraq
La revolución islámica en Irán había derrotado a la monarquía de medio oriente más cercana a EEUU y sus aliados apenas poco tiempo antes, por lo que Saddam Hussein creyó que sería fácil derrotar a Irán en una guerra corta.
Así, luego de que las tensiones entre ambos países llegasen al máximo en a principios de 1980, en septiembre de ese mismo año Iraq lanzó un ataque aéreo sorpresa en contra de la infraestructura aérea de Irán, aunque falló en su objetivo de diezmar la fuerza aérea de la república islámica.
El 23 de septiembre de 1980, comenzó la invasión terrestre de Irán, lanzado en tres ejes de ataque, con el objetivo de alcanzar una victoria aplastante y provocar la caída de la revolución islámica, lo que le permitiría a Saddam proclamarse victorioso y ser la única potencia a tomar en consideración en Medio Oriente. Su plan, no funcionó.
La fuerza aérea de Irán estaba muy bien equipada, pues tenía aviones como el F-14A Tomcat y el F-5 Tiger, muy capaces para la época, así como helicópteros de combate como el AH-1 Cobra, con los que si bien no lograron detener la invasión, lograron contenerla.
El ataque inicial se detuvo y hubo operaciones militares muy cruentas, tipo Stalingrado: combate calle a calle, casa por casa. La ciudad de Khorramshahr fue prácticamente destruida, pero se pudo ralentizar el avance invasor por casi un mes.
Así, lo que sería una guerra rápida, se convertiría en un estancamiento que duraría ocho años, sin ningún tipo de ganancia para ninguno de los combatientes y miles de millones de daños y casi un millón de muertes entre ambos bandos. Se atacaron blancos civiles en ambas naciones y se utilizaron armas de destrucción masiva.
Este conflicto, recuerda mucho a la Primera Guerra Mundial, por las tácticas utilizadas, las armas empleadas y la inutilidad de los ataques, así como los nulos beneficios alcanzados por los beligerantes al término de ésta.
La mayor parte del mundo apoyó directa o indirectamente a Iraq en esta lucha, encontrándose tanto los EEUU como la Unión Soviética en el mismo lado, intentando contener la propagación de la revolución islámica a otras naciones del mundo.
Sin embargo, la guerra fue provocada y orquestada por Iraq. Saddam Hussein, aunque terminó con una economía devastada, también acabó con uno de los ejércitos más grandes del mundo.
Tal fortalecimiento militar, envalentonaría a Saddam Hussein para lanzar su siguiente empresa militar: la invasión del pequeño emirato de Kuwait.
Esta empresa militar daría inicio a una de las operaciones militares norteamericanas más mitificadas de todos los tiempos: La Operación Tormenta del Desierto.
De ella platicaremos en nuestra próxima entrada.
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