Como vimos en nuestra entrada anterior, el Estado Islámico se extendió por grandes partes de Iraq y Siria, para 2014 y 2015. La guerra civil siria, que comenzó en 2011, es uno de los conflictos más devastadores y complejos del siglo XXI, donde también se inmiscuyó el ISIS. Con el tiempo, el conflicto se transformó en una guerra multifacética, en la que diversos actores internacionales y grupos regionales se involucraron, exacerbando la violencia y dificultando cualquier intento de solución pacífica.
En medio de este caos, la intervención de Rusia en 2015 resultó ser un punto de inflexión crucial para el destino del régimen de Bashar al-Assad, presidente de Siria, quien se encontraba al borde del colapso. La intervención rusa no solo impidió la caída de su gobierno, sino que también permitió que al-Assad se consolidara nuevamente como líder del país, cambiando el curso de la guerra y la política en Oriente Medio.
El contexto previo a la intervención rusa
Para comprender la importancia de la intervención de Rusia, es esencial revisar la situación previa a 2015. Desde el comienzo de la guerra civil, Siria se había fragmentado en múltiples frentes, con el régimen de al-Assad luchando contra una coalición de fuerzas opositoras, que incluía desde grupos islamistas radicales hasta fuerzas más moderadas, apoyadas por potencias occidentales y regionales.
Entre 2011 y 2014, el gobierno de al-Assad perdió gran parte del territorio, incluida la ciudad de Alepo, la segunda más importante del país, y varias regiones del sur y del norte. La situación de al-Assad era cada vez más precaria, y las fuerzas opositoras, junto con la presión internacional, apuntaban a la caída del régimen.
La intervención rusa: Un cambio de rumbo
En septiembre de 2015, el presidente ruso Vladimir Putin decidió intervenir directamente en el conflicto sirio. El gobierno de al-Assad, debilitado por los avances de la oposición y las derrotas en el terreno, solicitó el apoyo militar de Rusia, un aliado tradicional. La intervención rusa se materializó a través de ataques aéreos, suministro de armas y asesoría militar, todo ello con el objetivo de fortalecer al régimen y frenar el avance de las fuerzas opositoras.
Rusia tenía intereses estratégicos claros en Siria. Además de su deseo de mantener su presencia en el Medio Oriente y proteger su base naval en Tartus, Rusia quería evitar el colapso de un aliado clave en la región, lo que podría haber alterado el equilibrio de poder y fortalecido a las fuerzas occidentales. Para Moscú, el fracaso del régimen de al-Assad hubiera sido un duro golpe a su influencia en el mundo árabe y su capacidad para contrarrestar la expansión de Occidente y sus aliados en la región.
El impacto de la intervención rusa fue inmediato y decisivo. Los ataques aéreos rusos ayudaron a las fuerzas sirias a recuperar el control de áreas clave, incluidas partes de Alepo, y desbarataron los avances de los grupos opositores. Al mismo tiempo, Rusia logró evitar una intervención directa de potencias occidentales, como Estados Unidos y Francia, que habían estado considerando un mayor involucramiento en el conflicto. A través de sus acciones, Rusia también envió un mensaje claro a Occidente: el futuro de Siria no estaba en sus manos.
Por lo menos no en esos momentos.
La consolidación del poder de al-Assad
La intervención rusa permitió que al-Assad no solo permaneciera en el poder, sino que, con el tiempo, recuperara la mayor parte del territorio perdido. Gracias al apoyo militar y logístico ruso, el régimen sirio fue capaz de tomar de nuevo ciudades clave como Alepo, Damasco y Palmira. Además, la ayuda de Rusia permitió que las fuerzas de al-Assad enfrentaran a los grupos yihadistas del Estado Islámico (ISIS) y a otras facciones extremistas, que constituían una amenaza directa al gobierno.
No obstante, la intervención de Rusia también implicó una mayor militarización del conflicto y un aumento de las víctimas civiles. Los ataques aéreos rusos fueron responsables de numerosas bajas y destrucción, especialmente en áreas como Alepo, donde la población civil se vio atrapada entre los enfrentamientos entre las fuerzas gubernamentales y las opositoras; aunque tales acusaciones provienen, como siempre, de organizaciones financiadas por “occidente colectivo”.
Esta intervención, por tanto, no solo salvó al régimen de al-Assad, pero profundizó el sufrimiento del pueblo sirio al continuar las luchas intestinas, gracias a las fuerzas opositoras al gobierno sirio, que eran financiadas y apoyadas desde naciones como Turquía, Israel o los Estados Unidos.
Implicaciones para la política internacional
La intervención de Rusia en Siria también tuvo profundas implicaciones para las relaciones internacionales. En primer lugar, fortaleció la posición de Moscú en el escenario global, demostrando que Rusia era capaz de desafiar a Occidente y mantener su influencia en una región clave del mundo. La acción rusa en Siria fue vista como un refuerzo de su política exterior, basada en la defensa de sus intereses estratégicos y en la promoción de un orden internacional multipolar, en contraposición al dominio unipolar de Estados Unidos.
Por otro lado, la intervención de Rusia también mostró las tensiones entre las potencias occidentales y los actores regionales, como Irán, que también había brindado apoyo a al-Assad. La alianza entre Rusia e Irán en defensa de Siria significó que el conflicto en Siria no solo era una lucha interna, sino una arena de rivalidades geopolíticas, con actores de todo el mundo buscando ampliar su influencia en el Medio Oriente.
Pero, y luego del rescate ruso de Siria, ¿Qué pasó con Iraq y el Estado Islámico? De eso hablaremos en nuestra siguiente entrada.
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