Llegas a un puesto de guardia en medio de la nada, en Afganistán. El año es 2009. Ves a los británicos que abandonan el puesto. Cansados. Abatidos. Demacrados.
Mientras buscas sus ojos, éstos se encuentran perdidos en el suelo. Entonces, uno de ellos te mira y te dice: “cualquier cosa que desentierren ahí, entiérrenla de nuevo”.
Esto no pinta nada bien.
Como platicamos en nuestra entrada anterior, en Afganistán se encuentra un punto de observación conocido como “La Roca”, en la provincia de Helmand, situada al sur occidente del país cetro-asiático.
Durante la ocupación de la OTAN de Afganistán, se le dio la orden a un grupo de marines estadunidenses que relevaran a las fuerzas británicas que se encontraban en La Roca, por un lapso de 60 días.
Normalmente, cuando se toma posesión de una posición de un aliado, se realizan operaciones de entrega, donde se sale a patrullar y los salientes explican vicisitudes de la región a los recién llegados.
Sin embargo, en esta ocasión eso no sucedió. Los británicos están ansiosos por irse. Solamente les dejaron una perrita de nombre “Betty la fea”.
Llega la primera noche
En cualquier zona de guerra, siempre hay por lo menos una persona haciendo guardia en un puesto de vigilancia. La primera noche, le tocó al cabo hacer la primera guardia.
Al estar en un puesto de guardia nuevo, siempre se tiene el temor de ser emboscado. Y por ser un puesto remoto, se debe tener la fortuna de poder pedir refuerzos y que éstos lleguen a tiempo, en caso de una emergencia.
El cabo está en guardia, únicamente con su rifle y su radio encriptado. En ese momento, la radio comenzó a hacer ruido. El ruido para. Luego, comienza a hace ruido de nuevo, pero esta vez, al cabo le parece escuchar una voz entre la estática.
Toma su radio, lo apaga, le quita las baterías, limpia las terminales y lo vuelve a encender. Una vez encendido, esta vez del radio emana una voz fuerte y clara, pero suena como idioma ruso. Al ser un radio encriptado, esto realmente es una anomalía.
El cabo entonces decide llamar a la base, para reportar el malfuncionamiento del radio y para investigar si en la base han escuchado lo que él escuchó en su radio y frecuencia. La respuesta es negativa. Desconcertado, el cabo desiste. Los ruidos continuaron toda la noche.
A la mañana siguiente…
Al día siguiente, el equipo de marines decidió mejorar las defensas de su punto de observación, así que decidieron hacer más profunda la trinchera que protege todo el perímetro de su pequeña base; puesto que no era lo suficientemente honda como para permitir a un hombre de 1.80m estar de pie en ella sin quedar expuesto. ¿Por qué los ingleses, que estuvieron aquí sesenta días, no la mejoraron?
Cuando están cavando, el cabo golpea algo duro en el suelo. Resultó ser un tubo de tiempos de la invasión soviética. Unos metros más allá del cabo, uno de los soldados golpea un saco de aire. La tierra se hunde, dejando al descubierto pedazos de cerámica y trastes de barro.
Luego de estar sacando esas cosas, descubrieron un fémur humano. En ese momento, decidieron devolver el fémur de donde lo sacaron y seguir trabajando en las demás partes de la trinchera.
Sin embargo, no podían cavar poco más de 30cm en la tierra, porque se encontraban con más restos humanos. Después de unas horas, ya hacían desenterrado lo que parecían decenas de cuerpos. Los marines cayeron en la cuenta entonces, que quizá a esto se referían los británicos cuando les dijeron que si desenterraban algo, lo regresaran a la tierra.
Acostumbrándose al sombrío lugar
La noche del día 13, al vigía en turno comenzó a tener la sensación de que alguien estaba ahí con él, justo detrás de sí. Cuando voltea a ver si hay algo o alguien, se escuchó frente a él un grito desgarrador.
Asustado, el soldado voltea de nuevo a escudriñar el terreno con sus lentes de visión nocturna, y a unos doscientos metros de él, ve la silueta de un hombre corriendo de un matorral a otro.
Los demás marines ya habían despertado, porque también escucharon el grito, así que todos se prepararon para un posible ataque. El cabo, equipado con lentes de visión térmica, sube junto al vigía y le pregunta dónde vio al hombre. No hay huella de calor afuera, todo está frío.
El cabo inquiere al soldado ¿dónde diablos está el hombre que vio? No hay rastros de calor por ningún lado. El soldado insiste, que lo vio con su visión nocturna a unos 200m correr de un matorral a otro.
La perrita Betty (la fea) está vuelta loca, ladrándole al mismo matorral que el vigía mencionó antes. Y por más que con la visión de calor no logran percibir nada, Betty sigue ladrando enfurecida. Pero las horas pasaron, y ningún ataque llegó.
Me estoy volviendo loco
Para el día 26, otro de los soldados le tocó el puesto de guardia, en una noche especialmente calurosa. De la nada, la temperatura cayó varios grados, lo suficiente como para hacerle tener escalofríos. Pero ni siquiera el viento soplaba.
En eso, comenzó a sentir como si alguien estuviera detrás de él. Pero no había nadie ahí. Entonces comenzó a escuchar murmullos a su espalda. Luego, escuchó pasos en el techo del puesto de guardia. “Seguramente me quieren jugar una broma mis compañeros”, pensó el asustado vigía.
Éste se asomó al techo del puesto de guardia esperando ver a uno de sus compañeros, pero no había nadie ahí. El soldado ya está bastante espantado. Regresa a su puesto, y comienza a escanear el terreno con el visor de calor.
En medio de la nada, ve a un hombre con sus puños arriba en actitud de pelea. El vigía estaba desprevenido e incluso bajó el rifle. Cuando su cerebro procesó lo que acababa de pasar, levantó nuevamente su arma pero ya no vio la figura humana.
Fue entonces que pensó: “me estoy volviendo loco”. Por el resto de la noche, no volvió a ver nada extraño, pero escuchó los murmullos a su espalda todo el tiempo hasta el amanecer.
Cuando el sol se levantó, el soldado le contó a su sargento y al cabo lo que había experimentado en la noche. Les dijo que pensaba que estaba demasiado estresado y pidió su transferencia.
Sus superiores la aceptaron. Sin embargo, todos los miembros del grupo de marines se sintieron abandonados por su compañero.
¡Cállate, Betty La Fea!
Otra noche, el cabo estaba nuevamente en servicio de vigilancia, de noche. De la nada, Betty la fea comenzó a ladrar como loca hacia el área que el cabo está escudriñando.
Con ayuda de los lentes de visión nocturna, el cabo escanea el terreno. Localiza lo que cree que es un vigía del talibán, en la montaña. Está bastante lejos, así que no supone una amenaza inmediata. Cambia a termal, pero no hay nada ahí. Sin embargo, la perrita continúa ladrando desesperada.
El cabo regresa a visión nocturna, y localiza al mismo sujeto, pero ahora a solamente unos cien metros de él. Esto lo sorprende y casi le hace caer de espaldas, porque no es posible que en ese corto tiempo, el talibán se haya podido mover tan cerca, tan rápido.
Regresa a termal para atacar, pero no hay nada ahí. Regresa a visión nocturna, pero ya no encuentra nada.
Cuando estaba a punto de regresar a termal, sintió una palmada en el hombro, pensando que era uno de sus compañeros que se había despertado por los ladridos de Betty. Pero no hay nadie con él. Todos sus compañeros están dormidos a unos metros.
En los siguientes diez días, otros tres marines reportaron experiencias similares en sus turnos de vigilancia por la noche. Entonces, el soldado que se fue… no estaba mintiendo.
1 noche antes de irse
Todos los radios de los marines se murieron al mismo tiempo. Los marines cuestionan al encargado de comunicaciones, pero éste les dice que no ha hecho nada para cambiarles algo y siempre habían funcionado.
Nerviosos, todos los marines solamente esperaban que el sol se levantara para salir de ese lugar maldito.
Fuego de ametralladora se comienza a escuchar fuera del puesto de vigilancia. El vigía no sabe de dónde viene el ataque enemigo. Los marines toman posiciones defensivas.
El cabo sube al puesto de vigilancia y le pregunta al vigía de dónde los atacan. Éste, no puede responder. Siguen escuchando ruido de armas de fuego y balas pasando por sobre sus cabezas. En eso, los dos hombres escuchan el peculiar ruido de RPGs disparadas hacia ellos.
Ambos hombres se cubren en el suelo, y escuchan los RPGs golpeando su posición. Las ametralladoras continúan sonando.
Otro par de soldados se dirigen pecho a tierra para cubrir la trinchera y que no hubiese enemigos cerca, pero no hay nadie ahí. Solamente se escucha la balacera dirigida contra ellos.
Y tan intempestivo como comenzó, el ruido de las armas automáticas se detiene. Silencio sepulcral.
Los marines no asumieron que el enemigo se retiró, así que por horas después del ataque, los norteamericanos están agazapados esperando un nuevo ataque. Pero este no llega.
Cuando el sol se levanta, los marines salen a inspeccionar el daño en su pequeña fortaleza, de las ametralladoras y los RPGs. Pero no hay ninguno. No hay un solo agujero de bala.
Horas más tarde, cuando la fuerza de relevo llegó, los marines abandonaron desesperadamente el lugar, sin mirar a atrás.
La maldición no termina ahí
Luego de abandonar La Roca, tres de los soldados del grupo de marines encontraron la muerte en diferentes acontecimientos. También el sargento de la unidad fue gravemente herido.
El cabo alguna vez admitió que una vez que desenterraron los huesos, sintió que desencadenaron algo. Cuando los soviéticos estuvieron ahí, ejecutaron a todos los muyahidín que encontraron el La Roca; tiempo después los talibanes tomaron La Roca de los soviéticos, matándolos a todos.
Con el tiempo, los estadunidenses también “limpiaron” la zona de talibanes ejecutando a todos los muyahidín que encontraron ahí. Así que en unas cuantas décadas mucha gente había perdido la vida en ese pequeño lugar.
¿Tú qué piensas? ¿Se lo imaginaron todo o efectivamente desencadenaron una maldición sobre ellos? ¡Déjanos tus comentarios!
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